"..A veces la mujer llevaba esta lengua, que yo adivinaba
asombrosamente dura y carnosa, hasta los incisivos del muerto,
paseándola por la dentadura exterior igual que una mano que acariciara
un teclado, y otras la hundía lo más lejos que podía para lamer el
interior de los molares y la bóveda del paladar.
Concentrada en su
placer, no se dio cuenta de que me acercaba. La observé durante un rato
hasta que notó de repente mi presencia y se incorporó sofocando un
grito.
—No tema nada de mí —le dije—, pero ¿le importaría repetir lo que estaba haciendo?
La mujer me miraba con una expresión desconfiada. Debía de tener unos
treinta años y pertenecía visiblemente a la clase media, podía ser la
esposa de un pequeño comerciante o de un funcionario subalterno. Repetí
mi petición y el reflejo de una idea que sin duda le pareció brillante
iluminó su cara.
—Si nos ven, diré que usted me ha obligado a hacerlo.
Confieso que me confundió la artimaña grosera con la que supo dar la
vuelta a la situación. Pero, sin añadir nada, volvió a su cráneo, con
los ojos entornados y la lengua tensa.
Lo que el espectáculo y el
lugar tenían de insólito, unido a la euforia percibida desde mi entrada
en las catacumbas, me provocaron el efecto que cualquier necrófilo puede
prever. Deseaba a esa mujer, aunque estuviera viva.
Le subí la
falda negra y, apartando unas bragas de algodón, descubrí un amplio
trasero limpio y diáfano como la cera de los cirios que nos rodeaban. Al
tacto todavía era más liso que a la vista. Después de meterle la mano
en la raja, saqué los dedos mojados por un licor opalino que me
desconcertó (las muertas no segregan nada semejante) y que tal vez me
habría repugnado si su olor no me hubiera recordado el del mar, imagen y
hermano de la muerte.
Así pues, la idea de que toda carne lleva en
sí el fermento de su destrucción avivó el deseo que sentía por esa
mujer, pero éste me abandonó en el mismo instante en que intenté un
contacto más profundo, igual que un castillo de naipes que se hunde no
bien lo tocan. La mujer se volvió hacia mí, con la cara alterada por la
cólera.
—Contaré que ha intentado violarme.
Ignoro por qué el despecho la llevaba a amenazarme de esa manera. En cualquier caso, me alejé lo más aprisa que pude.."
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