"..El esqueleto se levantaba cada mañana, limpio como una hoja de
afeitar. Adornaba sus huesos con yerbas, se cepillaba los dientes con
tuétano de antepasados, y se pintaba las uñas con rojo Fatima. Por la
noche, a la hora del cóctel, iba al café de la esquina, donde leía el
Diario del Nigromante, periódico predilecto de cadáveres distinguidos. A
menudo se divertía gastando bromas pesadas. Una vez fingió tener sed y
pidió tinta para escribir un recado; se vació el tintero entre
las mandíbulas y el costillar, la tinta lo salpicó y manchó sus blancos
huesos. En otra ocasión entró en una tienda de objetos de broma y se
compró un surtido de bromas parisienses: imitaciones de excrementos. Por
la noche puso una en su orinal; y jamás se recobró su sirvienta de la
impresión que recibió por la mañana: de pensar que un esqueleto que no
comía ni bebía había defecado como el resto de nosotros.
Sucedió que
un día el esqueleto trajo algunas avellanas que andaban por el monte
con sus patitas, las cuales vomitaban ranas por la boca, los ojos, las
orejas, la nariz y demás aberturas y agujeros. El esqueleto se asustó,
como el esqueleto que topa con un esqueleto en pleno día. Le había
crecido rápidamente un detector de calabazas en la cabeza, con un lado
diurno como un pan de pachulí y un lado nocturno como el huevo de Colón;
y se fue, medio tranquilizado, a ver a una pitonisa.."
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